Querida Alicia:
Sólo conozco dos formas de amar: la contemplación y el trabajo. En el primer caso, uno ama involuntariamente, casi sin hacer nada. La belleza se te planta delante y no puedes soslayarla. Contemplar algo hermoso es la primera forma de amor, la manera original con la que puedes soportarlo casi todo y, sin embargo, es un don del que han sido privados muchos hombres, o eso me ha parecido. En el segundo caso, el amor es el trabajo definitivo, es el esfuerzo mayor y el más fácil al mismo tiempo. Es el que abarca la vida y el que ayer, cuando me preparaste las monedas para la compra, te llevó tres minutos. El trabajo de amarte me ocupa el tiempo que no tengo y me desgasta como las piedras de un río, donde, en su lecho, descansan suaves las que fueron ariscas allá en el nacimiento.
Por estos dos caminos he llegado a ti y por los dos pretendo mantenerte. Piensa, Alicia, que no puedo renunciar a ninguno. Si es verdad que en la contemplación te descubrí, bella y salvaje como los manglares, sin contaminación del mundo, no es menos cierto que con el trabajo he ido poco a poco deformándome, hasta encontrar la vida en tus raíces sumergidas. Sin el trabajo me distraigo, como en un tren en marcha donde se suceden los paisajes uno tras otro, todos hermosos pero todos desconocidos. Sin la contemplación me canso, al cincelar la piedra sin imaginación y sin modelo.
Hasta el 22.
Tu Julián.
[Música]
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