La ALCAICERÍA | paseos por Granada

Cuentan las Crónicas del Reino de Granada que el emperador Justino otorgó a los árabes el privilegio de vender sedas en sus ciudades. En su honor, a los lugares dedicados a la venta de sedas, la más preciada tela durante muchos siglos, les llamaron «los lugares del César» o, como decían ellos, los «al-kaisserías». Así ocurrió en Granada, junto a la Mezquita Mayor, que hoy es el Sagrario, y aún ahora llamamos a este bazar la Alcaicería.

Este domingo la Alcaicería amanece algo nublada. Está desierta, las persianas bajadas y las gentes dormidas. Nada que ver con el surtido de escaparates vistosos y animados que esto será en unas horas. Este laberinto de estrechas calles y es en sí una pequeña ciudad. He llegado desde la plaza Bib-Rambla, por uno de sus arcos, así que tengo una idea: otro domingo cualquiera, quizá el próximo, tendré que hablarte de esta plaza. Si te suscribes, te avisaré y, si no, seguro que volveremos a coincidir. En los tiempos lejanos de que te hablo este lugar tenía diez puertas. Si cierras los ojos verás llegar las carretas cargadas de telas y telares, cruzan el Arco de las Orejas, nuestra Bibarrambla, para entrar en Granada, justo aquí al lado, y atravesar el umbral de estos arcos hasta uno de los sitios más exclusivos de la ciudad. Tanto es así, que varios guardias custodian las entradas y, por las noches, hay un alcaide nombrado para custodiarlo, con varios perros enormes. Al caer la noche, el alcaide se encierra con ellos y una pequeña guardia, y el lugar se vuelve inexpugnable. Esto que te digo sucedió hasta bien entrado el siglo XIX, así que no lo pienses tan lejano. Esa Alcaicería de diez puertas se perdió en un incendio y, cuando fue reconstruida, se simplificó mucho el trazado. Y, con el paso de las décadas, el comercio de sedas vino a menos y, claro, este mercado tuvo que abrirse a nuevas formas. Entraron otros artesanos y hasta incluso se terminó instalando allí una aduana para los tributos comerciales. El sol ya ha salido, pero todavía le cuesta llegar hasta estas callejuelas tan estrechas, refugio para los paseantes en verano. Aquí sigue sin haber nadie. Por mi parte, ya va siendo hora de que me marche a desayunar. Mientras, puedes descubrir otros secretos de mi ciudad aquí mismo. Nos vemos otro domingo cualquiera.